Asociatividad, un mecanismo para el desarrollo sustentable
Nuestro país ha atravesado permanentes crisis en los órdenes políticos, sociales, económicos y culturales, determinados por su condición de dependencia y subdesarrollo frente al esquema económico mundial.
Esta crisis ha tenido una mayor repercusión y, su gravedad se ha sentido con mayor dureza en los ámbitos rurales, que se han visto expuestos a los problemas generados por las desigualdades estructurales, en un sistema de acumulación de capital concentrado en grandes grupos financieros, principalmente representados por la banca y las industrias extractivistas y agroexportadoras, que son las que se ligan a los procesos económicos mundiales y pueden competir en los mercados internacionales, cada vez más exigentes.
Como efecto de la innovación tecnológica, la creciente especialización que demandan este tipo de industrias, las limitaciones para ampliar la oferta de trabajo, se extiende cada vez la masa poblacional que no puede acceder a fuentes formales de empleo, agudizando los problemas de pobreza y acceso a servicios básicos y derechos fundamentales.
Frente a ello se ha fomentado la creación de emprendimientos, que difícilmente puede desarrollarse y sustentarse individualmente bajo un esquema de competencia. En este escenario el futuro de las pequeñas y medianas empresas (PYMES) constituye un riesgo para quienes emprenden en este proceso, por su limitada capacidad de ingresar en los mercados y ampliar la comercialización de los bienes y servicios que ofertan.
En este escenario entra en juego la asociatividad, como una estrategia colectiva de cooperación que les permitan concretar objetivos comunes, generando cadenas de valor entre empresas, de manera tal que les garanticen posicionamiento en el mercado. Una suerte de acuerdos y alianzas estratégicas para potenciar sus capacidades, disminuir los riesgos y enfrentar las debilidades individuales con miras a obtener resultados favorables, bajo un proyecto con objetivos comunes y compromisos mutuos.
