En Lloa hay senderos para los aventureros
A 11 kilómetros del centro poblado de Lloa, la parroquia rural más grande de Quito, recorrimos un camino encantado.
Con el grupo de amigos armamos una nueva caminata. Esta vez recorrimos -junto a un guía comunitario- uno de los senderos de la parte baja de Lloa. Siguiendo la vía a Palmira, a unos 11 kilómetros del centro poblado, detrás del sector de Chilcapamba, tuvimos la suerte de encontrar entornos naturales de gran belleza.
En dos horas recorrimos cascadas, visitamos un mirador espectacular y descubrimos plantas medicinales. También vimos pastar a las vacas, uno que otro caballo y tres burros. Por si fuera poco, escuchamos el trinar de las aves e incluso vimos volar a un curiquingue.
Aventura en la montaña
De a poco fuimos adentrándonos en un camino donde la aventura nos esperaba. Sin darnos cuenta, en unos minutos nos envolvió el bosque nublado donde nos acariciaron las hojas de los árboles, aunque algunos de los aventureros recibieron leves golpes de las ramas, como recordatorio de que en la montaña hay que ser cuidadosos y siempre estar atentos al sendero.
En nuestro caminar el guía nos presentó plantas para apaciguar los dolores de estómago, menstruales o de cabeza; conocimos también otras plantas que usadas para cicatrizar heridas; además nos mostró aquellas que son buenas para mejorar la concentración y no podían faltar las que sirven para fortalecer el sistema inmunológico.
Luego de 30 minutos llegamos a un pequeño río, por su rivera avanzamos para visita varias cascadas: unas pequeñas, otras de una altura considerable, todas acogedoras y buenas para darnos un chapuzón. Sin duda hubo quienes lo hicieron, aunque algunos amigos salieron tiritando. Las cascadas están sobre los 2800 msnm y sus aguas nacen en las alturas del Guagua Pichincha… como podrán imaginarse las aguas son frías, bastante frías.
Una aventura para construir nuevas historias
Unos minutos más tarde ya estábamos en el mirador. Una espectacular vista de los caseríos y del verdor propio de las zonas montañosas, donde sus pobladores dedican su vida a la agricultura, la ganadería; y en los últimos años, al turismo.
Luego, de unos minutos de contemplación, que además sirvieron de descanso, emprendimos el retorno.
Al final de la aventura, mimamos el paladar con unas deliciosas chuletas cocidas en piedra acompañada de dos guarniciones y porción de arroz, que fue bien vista por los más comilones. Bebimos un delicioso jugo y de postre, tomamos helado de crema.
Aaaah, casi me olvido… en el lugar que comimos había una resbaladera gigante, de unos seis metros de alto, que fue bien aprovechada por los más arriesgados. En definitiva, compartimos buenos momentos, nos llenamos de energía y aprendizajes; pero sobre todo, construimos nuevas historias.
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